
Paco había trabajado con pasión toda su vida. A diferencia de la mayoría de las personas que nos encontramos en nuestro día a día, no quería dejar de trabajar nunca y no soñaba con la jubilación. Sencillamente, su trabajo le encantaba.
Había creado una empresa sólida y reconocida en su sector, pero de lo que más orgulloso estaba siempre era el capital humano del negocio. Sentía a sus empleados como si fueran parte de su familia y no unos meros número en la cuenta de gestión.
Una mañana, al levantarse para ir a trabajar, Paco acabó en el suelo. El médico que le atendió fue muy tajante y dijo que su corazón ya no aguantaba el mismo ritmo. Debía tomarse las cosas con más calma. Sus hijos y nietos no paraban de insistirle en que debía descansar más y jubilarse por fin para vivir una vida más relajada.
Paco se hizo a un lado y dejó a sus hijos gestionar su empresa para redescubrir sus otras aficiones. Al principio le consultaban todo, pero conforme pasaban los meses, cada vez le implicaban menos en cualquier asunto relacionado con la empresa.
Un día Paco se cruzó con una de sus empleadas que le confesó, con gran tristeza, que había sido despedida hacía un mes. Ella y un par de compañeros más. A Paco le dio un sofoco e, incluso, se planteó llamar al médico. En vez de eso, llamó a sus hijos a que le explicaran qué estaba pasando con la empresa.
Los dos vinieron a la casa de su padre y le confesaron que el negocio no iba nada bien. Cada vez se facturaba menos y los gastos, en cambio, crecían cada vez más. Por eso tuvieron que despedir a algunos empleados “sustituibles”.
El anciano se sintió hundido en la tristeza con un vacío escalofriante en el pecho. Su negocio era su criatura y sus empleados fueron como una familia durante muchos años. Todo aquello no le cuadraba nada. Si su empresa se estaba hundiendo, ¿cómo es posible que en estos meses sus hijos se pudieran comprar coches nuevos e incluso una segunda residencia? Debía haber algo que se le escapaba. Decidió contratar a un asesor externo que supervisara las cuentas oficiales y le informara del estado de la empresa.
A los dos meses se reunió con el asesor y se confirmaron sus dudas. Hay muy buena facturación, pero hay demasiado gasto y la empresa no va bien. ¿Qué gastos no previstos podía haber ahí que él no supiera? Debía averiguarlo desde dentro, pero sus hijos no podían saberlo. Necesitaba a alguien nuevo, desconocido en la empresa, pero en quien pudiera confiar al 100%.

Solo se le ocurría una persona así, Ana, la nieta de su mejor amigo. Acababa de terminar la universidad y era una chica muy inteligente y amable. Andrés siempre decía que era lo mejor que había nacido en su familia. Así que llamó a su amigo para quedar y le pidió que viniera con Ana.
Quedaron en una cafetería tranquila, con bonitas vistas a los jardines municipales. Paco estaba nervioso y no sabía cómo explicarse. No quería parecer un viejo chiflado.
—Ana, gracias por venir. Necesito pedirte algo de suma importancia para mí y algunas familias más. Te ofrezco un empleo muy especial en mi empresa. Serás contable en prácticas para todos, pero para mí, serás mi detective privada.
La joven se quedó mirando sin entender nada y pidió que Paco le explicara todo, ya que estaba muy sorprendido. Al final lo comprendió y aceptó averiguar el verdadero estado de las cuentas y el cash-flow de la empresa. Para ello se aliaría con algunos empleados que Paco le habría indicado.
Al cabo de unos meses, Ana llamó a Paco:
—Sus hijos están robando a la empresa, Paco. Tengo las pruebas que necesitaba.
Una parte de él deseaba que se tratara de un error y sus hijos no vaciaran las cuentas de la empresa a sus espaldas, pero su intuición de empresario le decía que aquella situación era culpa de sus hijos.
Al día siguiente, Paco estaba reunido con su abogado y su asesor para recuperar el control de la empresa. Se aseguró de que sus hijos no pudieran reclamarle ni un céntimo y nombró a Ana la administradora de la empresa.
Ahora por fin sentía paz. Esa clase de paz que le había prescrito el médico. Simplemente, sabía que aunque él ya no estuviera, su empresa, su criatura, tendría un futuro próspero. Era su legado y se lo debía.
¿Cómo habrías actuado tú?
¿Estás construyendo tu legado, alineado con tu pasión y tus valores?
¿Sabes cómo quieres ver a tu empresa dentro de 5, 10, 15 años?
Podemos empezar por revisar la comunicación de tu marca y mejorar su impacto.
¿Hablamos?
留言