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El legado

Foto del escritor: Yulia DibrovskaYulia Dibrovska

Actualizado: 17 ago 2023


Pedro se levantó como de costumbre, a las 5 de la mañana. La casa, la calle y el mundo entero estaban sumidos en la oscuridad, propia de las últimas horas antes del amanecer. Aun así, la oscuridad más profunda era la que envolvía el corazón de Pedro. Su padre estaba muy enfermo y con esa enfermedad todo su mundo parecía haberse parado. El negocio familiar, del que siempre se había sentido orgulloso, sólo producía pérdidas. No paraba de invertir sus ahorros para mantenerlo a flote, pero poco le quedaba ya por inyectar. Ahora con su padre en las últimas, ya ni siquiera encontraba motivos para seguir haciéndolo.


Llegó a la panadería y encendió todas las luces, como si esperara sentirse mejor alejando las sombras. Cuando aún se disponía a empezar a trabajar, alguien golpeó la puerta. Pedro pensó que sería algún proveedor, pero el señor de traje gris plomo, que esperaba en la puerta, no se parecía ni en lo más mínimo a un repartidor.


–Buenos días. ¿En qué le puedo ayudar?

–¿Pedro Díaz?

–El mismo que viste y calza.

–Siento venir tan temprano. Pensé que sería más cómodo pillarle antes de la hora punta. Mi nombre es Alberto y trabajo para Ortiz y Sánchez Abogados. Tenemos un cliente interesado en comprar su panadería. ¿Me permite pasar?


Pedro se echó a un lado, atónito. Por un momento pensó que se trataba de un aviso de embargo por alguna nueva deuda, que no tuviera ya prevista. ¿Vender la panadería familiar? ¿Sería la solución o la condena?


–Bien, seré breve.–seguía el abogado. –Por el momento no estoy autorizado a revelar el nombre de nuestro cliente. Es una red de panaderías-confiterías y les gusta la fama que tiene su pequeño negocio en esta zona de la ciudad. Les gustaría comprarla, pero respetando su historia de más de 50 años. Pretenden conservar su esencia, incorporándola a su marca. Aprovecharían su buen hacer, los sabores tradicionales, la artesanía, el renombre y la larga historia de generación en generación. Usted podría seguir gestionando la unidad de negocio, supervisado por la directiva de la empresa y respetando los estándares que ellos le marcarían. Los detalles podrán ser discutidos más adelante, en una reunión formal entre ambas partes.

–Le agradezco mucho la oferta, pero la panadería no está en venta. –contestó Pedro despacio, aún afectado por la sorpresa.

–Bueno. Le seré sincero. La situación económica real de este negocio no es ningún secreto. Necesita urgentemente una inyección de capital y nuestro cliente puede proporcionarlo. Otra opción sería esperar a una inminente quiebra del negocio y su posterior compra por un valor simbólico, hecho que perjudicaría su fama. Como ve Pedro, nuestro cliente valora mucho lo que ha conseguido su familia y desea perpetuarlo, si usted acepta, claro.

–A cambio de quedarnos sin negocio. ¿Podré decidir algo?

–Podrá ofrecer su opinión y se le tendrá en cuenta.

–¿Para después hacer lo que les dé la gana y convertir un negocio de varias generaciones en un puesto de comida rápida? –Pedro se estaba enfureciendo por momentos.

–Entiendo perfectamente lo que significa este negocio para usted y su familia, pero si no hace algo, sí que lo perderá y quizás veamos nacer otra inmobiliaria.


El abogado no tenía nada más que decir. Se levantó, se despidió cordialmente y se fue. Pedro se quedó de pie, pensando en cómo debería sentirse después de esta visita. ¿Le habían ofrecido la solución o por el contrario, más dolor de cabeza? Aunque hacía mucho que se encargaba por completo del negocio familiar, sentía que debía hablarlo con su padre. Este negocio era como otro hijo para el anciano enfermo.


Al llegar a la casa que le vio crecer, Pedro vio a su padre sentado en un sillón cerca de la ventana. Estaba muy quieto, como si estuviera meditando. Tenía a su lado un aparato de oxígeno portátil. Era una imagen muy triste y a Pedro le dolió el corazón de ver a su padre, antiguamente un tiarrón, hecho un ser tan frágil.





–Papá. ¿Cómo Estás?

–Oh, pasa hijo. Estaba mirando el cielo. Es tan tranquilo...

–Es verdad.


Pedro titubeó. Miró a su alrededor, como buscando un apoyo invisible.


–Verás papá, me han hecho una oferta muy buena para comprarnos la panadería. Pondrían toda la maquinaria nueva, modernizarían los procesos, harían muchísima publicidad, pero sobre todo respetarían nuestra identidad.

–Quieres deshacerte de nuestro legado?


A Pedro se le cayó el corazón al suelo.


–Formaríamos parte de una gran empresa nacional, papá.

–50 años de tradición y sacrificio para que ahora lo quieras vender por un par de cartelitos modernos.


Pedro se sintió como un tonto por haber esperado la aprobación de su padre.


–La situación del negocio es muy delicada, papá. El mundo ha cambiado, la gente ha cambiado. Ya no se compra ni lo mismo ni igual, porque no se vive igual. La gente se siente más atraída por unos cartelitos modernos que por la tradición de 50 años de una panadería.

–He dedicado mi vida al legado de mi padre. Esperaba tener la misma suerte con mi propio hijo.

–Siento decepcionarte entonces –dijo Pedro subiendo el tono. –He hecho lo que he podido. He invertido casi todos mis ahorros para mantener la panadería. Por lo que yo veo, tengo dos opciones: vender y preservar al menos la esencia del negocio de nuestra familia, o esperar a arruinarme y ver como desaparece toda memoria de tu precioso legado.


–¿Nada más?

–Nada más.

–Entonces puedes hacer lo que quieras. A mí ya no me queda mucho y espero no ver lo que será de la panadería.


Pedro se fue abatido. En el fondo esperaba recibir la bendición o al menos la comprensión de su padre. Ahora se sentía solo, viejo y triste. Da igual lo que haga, siempre decepcionará a algún ser querido. Si vende la panadería su padre morirá desdichado, si no lo hace, se arruinará y terminará perdiendo el negocio de todas formas.


Al caer la noche y sin poder dormir, se sentó en su cama a oscuras, mirando la nada. Rezó por primera vez en mucho tiempo y pidió sabiduría para hacer lo correcto. A la mañana siguiente ninguna iluminación sorprendió a Pedro al abrir los ojos. Todo seguía igual de oscuro que las calles a las 5 de la mañana. Se vistió, se tomó un café ardiendo y fue, como de costumbre, a abrir la panadería.


Al llegar se quedó mirando la fachada y de pronto sintió, que aquella no era una simple panadería. Era su hogar, un punto de unión de tres generaciones. Merecía la pena salvarlo y dejarlo como legado también para sus hijos. Sólo debía actualizarse, adaptarse a los tiempos modernos. Lo que le dijo a su padre era cierto, la gente ya no compraba sólo el pan en sí. Compraba una experiencia. Si una empresa importante le quería comprar su negocio no era por casualidad. Modernizarse y luchar era el camino más difícil, pero era el correcto. De repente Pedro sonrió porque sentía en su corazón que su oración fue escuchada. Entró en la panadería y encendió todas las luces.






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