
Israel se despertó como cualquier mañana, por la luz que se filtraba por la ventana. Algunos la considerarían molesta, pero él deja las persianas siempre subidas para poder ver la luz de la mañana al despertarse. Después de abrir los ojos, siempre se concentra en los sonidos, lejanos, sutiles, naturales. Los pájaros que cantan sentados en el árbol cercano a su ventana. Algún gallo a lo lejos. Los perros del vecino. Todo forma parte de su día a día. Conocido. Familiar. Hogareño.
Pero había algo distinto en su interior esa mañana. Todo parecía distinto porque su corazón cantaba. Ana, su gran amor, y él, por fin estaban juntos. Se enamoró de ella cuando aún estaban en el instituto. Tras los años de universidad ese sentimiento no se enfrió, sino que, como una frágil flor en medio de las rocas, siguió abriéndose paso. Ana era inteligente y divertida, siempre intentaba salvar el mundo y a los que tenía a su alrededor. Era una fuente de inspiración para muchos, incluido Israel. Ahora que se había graduado y vuelto a su pueblo del interior de la provincia, estaba lleno de planes. Quería empezar a buscar trabajo por la zona, seguir formándose a distancia. Incluso emprender si se le ocurría una buena idea.
El joven bajó a desayunar las tostadas más ricas del mundo, hechas con el pan de la panadería de su misma calle. Echó tanto de menos su olor y textura mientras estudiaba en la ciudad. Ahí el pan sabía a prisas y estrés. Cuando lo comías, también te entraba mucha prisa aunque no tuvieras nada que hacer. Si todos a tu alrededor están angustiados porque les faltan horas en el día, no podías estar quieto sin tener la sensación de que se te olvidaba hacer algo, y el corazón entraba en una taquicardia progresiva. En cambio, en casa, el pan olía a campo y paz. Respirabas hondo antes de cada bocado y lo disfrutabas. A pesar de tener cosas que hacer.
Israel terminó el desayuno, cogió las llaves de casa y se disponía a salir cuando empezó a sonar su móvil, que llevaba en el bolsillo trasero de sus pantalones. Fue a sacarlo, pero se le cayeron las llaves al suelo. Se inclinó a recogerlas y al agacharse, se le cayó también el móvil al suelo rompiéndose la pantalla en cien pedacitos. A pesar de eso, seguía sonando con un número larguísimo, que casi no se veía detrás de los añicos del cristal. Israel lo cogió y contestó con una voz nerviosa por el disgusto.
–¿Israel Martínez?–preguntó la voz de una mujer.
–Sí, soy yo.– Israel se preguntó si sería alguna oferta comercial.
–Mi nombre es Ainhoa y te llamo de la empresa SmartChoice&Co. Nos ha llegado tu solicitud para la vacante del departamento de administración y nos gustaría hacerte una entrevista. ¿Te viene bien pasado mañana a las 11:00?
Israel se quedó sin habla. Era una empresa increíble, joven, pero que ya se había hecho muy famosa en el mundo del retail.
–Sí, por supuesto. Ahí estaré.
El móvil roto quedó en silencio mientras Israel lo miraba fijamente sin verlo realmente. Si le cogían podría iniciar su carrera y conseguir formación real en una empresa de prestigio. Estaba tan emocionado que quería contárselo a todo el mundo. Especialmente a Ana. Unos segundos después se quedó pensando en que si finalmente no le cogían sería muy muy decepcionante. Un inicio en el mundo laboral así no podría ser eclipsado por otra oferta. Mejor haría primero la entrevista y esperaría a ver qué le contestan. No le gustaría ver cómo le compadecen todos por no haberlo conseguido. Mejor darles una sorpresa si lo consigue.
Al salir por fin a la calle respiró hondo y miro el cielo despejado. Se sentía como alguien que está a punto de emprender un viaje muy esperado. Este era el viaje de su vida. Sentía que estaba en un cruce de caminos, que vivía un momento determinante, que lo que hiciera ahora definiría todo su futuro. Sacó de nuevo su teléfono destrozado. Tenía que ir a cambiarle la pantalla. De pronto el mosaico del cristal roto se volvió a iluminar. Era Ana.
–Hola cariño. Acabo de salir de casa. Estaré en la cafetería en 10 minutos.
–Genial. Mientras me pido un té. Quiero contarte cosas. Tengo una idea que me ha tenido despierta toda la noche.
Ana parecía muy entusiasmada. ¿Cómo se tomaría ella su nuevo puesto si lo conseguía? ¿Aceptaría ir a vivir con él en la ciudad?
“Tengo que contárselo ya. Hoy. Aunque no me cojan. Necesito saber qué opina ella.”–pensó Israel. No podía estar tranquilo sin contárselo a ella. Puede que se estuviera precipitando, pero no le importaba decirle a Ana después que no le habían cogido. No quería tener secretos con ella.
Israel entró en la cafetería favorita de su novia, iluminada con luces amarillas de decoración y acabados en madera. El local le recordó una cueva en comparación con el sol cegador de la calle. Al acercarse a la mesa de Ana, intentó reprimir el impulso de contarle la llamada de esta mañana sin esperar ni un segundo, pero pensó que no quería parecer tan ansioso como un niño el día de Nochebuena.
–Buenos días. ¡Qué pasada de día! Dan ganas de tirarte en el césped y quedarte ahí al sol todo el día.– Israel quiso dejarle caer a Ana que le apetecía más pasear que estar en el interior de una cueva, por muy bonita que fuera.
–Tranquilo. Si todo va bien pasaremos muchos días al sol. Aunque no creo que tengamos mucho tiempo para estar tirados.– Ana parecía igual de entusiasmada que él, aunque Israel aún no entendía por qué.
–Bueno. Veo que estás deseando contarme algo, así que adelante.
–Sí. Allá voy.– Ana vaciló un momento buscando la mejor manera de contarlo.–Sabes que no paro de darle al coco para ver qué se puede hacer a nivel de negocio y creo que he dado con algo que podría funcionar. Si nos implicamos tú y yo, lo podremos sacar adelante y triunfar.
Israel la miraba con recelo y se preguntaba qué sería.
–Sabes que mi tío Juan es apicultor y básicamente es su forma de vida. Bueno, ¿por qué no unir la tradición con los tiempos modernos y crear una tienda online, para todos los que están en la ciudad y no tienen ni idea de cómo es la miel de verdad, sin aditivos? Podemos empezar por ahí y si marcha bien hacer también distribución de polen para propósitos medicinales, cera de abejas o incluso hacer velas naturales? Tú y yo nos encargaremos del marketing online, la página web y estableceremos los procesos de encargo y envío. Con el tiempo podríamos incluso alquilar una oficinita pequeña por el pueblo. Mi tío me ha dicho que si funciona sería una maravilla. ¿Qué te parece?
Israel se quedó sin palabras. La idea parecía buena, un poco chocante al principio, pero buena.
–Me encanta Ana. Creo que hoy en día, con la falta de productos naturales y de calidad a la gente le encantará. En las ciudades al no tener acceso a la naturaleza, lo sano y natural vuelve a ponerse de moda. Serás una magnífica gerente.
–Serás no, seremos.– contestó Ana con una sonrisa.
–Veras, me han llamado para hacerme una entrevista de una empresa muy potente y conocida. Sería un catalizador para mi carrera y me apetece mucho probarme.– Israel vio cómo se borraba la sonrisa de la cara de Ana. Ella titubeó unos instantes y después preguntó con voz apagada:
–Sería en remoto, ¿verdad?
–No, sería en la ciudad. Tendría que mudarme. Pero tú puedes venir conmigo. Puedes gestionar tu empresa a distancia. La tienda online no necesita que estés aquí físicamente. Es tu tío quien produce la miel. Tú sólo la comercializarás. Eso lo puedes hacer desde la ciudad, viviendo conmigo.
Ana miraba su taza de té con una expresión lúgubre.
–Qué pena que me pidas ir a vivir contigo en un contexto así. Lo siento. Odio la ciudad y sé que no es mi sitio. No podría ser feliz ahí y si tu camino te lleva de aquí, tendrás que dejarme atrás.
–Ana, ¿podrías no ser tan drástica? Las posibilidades en una ciudad grande siempre son mayores. Podrías aspirar a muchas cosas que no te ofrecerá el pueblo.
–Dijiste que te gustaba mi idea y que sería una buena gerente, ¿no? Pues a ello voy. A darle más visibilidad a los apicultores locales, a ofrecer un producto local, de cercanía y confianza. Justo lo que falta en una ciudad llena de bullicio, polución y aire tóxico. Si estás dispuesto a dejar todo esto e irte, nuestros caminos se separan.
Ana tenía los ojos llenos de lágrimas, que brillaban con una luz extraña por el efecto de las lámparas amarillas de la cafetería.
–Oh, vamos. Aún no me han cogido. Sólo es una entrevista.– A Israel se le partía el corazón de solo pensar en irse a la ciudad sin Ana, ahora que estaban juntos y les iba tan bien. Hasta ahora.
–Si no te cogen y te quedas, será por no haberlo conseguido y no porque desees quedarte. Si te llaman en un futuro por otra vacante, volverías a intentarlo dejándome tarde o temprano.
Ana se levantó de la mesa y sólo dijo un “adiós” apagado por las lágrimas, antes de dirigirse a la puerta. Israel no pudo ni reaccionar. No entendía cómo un día que había empezado de una manera perfecta y emocionante, se podía ir al garrete en unos pocos minutos. Su primera reacción se convirtió en enfado. Ana estaba exagerando y estaba siendo muy egoísta. Era su oportunidad de empezar a trabajar en una gran empresa, aunque tuviera que volver a la ciudad. Podían dejarlo todo y mudarse juntos. Estaba claro que no era lo que quería ella. ¿Y él? ¿Qué quería realmente él? Necesitaba darle una buena pensada.
Israel salió a la calle y sin ningún rumbo fijo se dirigió hacia un parque cercano. Los pájaros seguían cantando su alegre canción, el sol brillaba como antes, pero en su interior ahora había grandes nubes negras. Recordó le felicidad que sintió tras volver aquí al acabar sus estudios. La sensación del hogar. El alboroto de la gran ciudad. La soledad a pesar de estar siempre rodeado por una multitud de personas sin tiempo. ¿De verdad quería volver a todo aquello y dejar el pueblo? ¿Quería ser una hormiga más del hormiguero con unas funciones aburridas y monótonas?
Ana había tenido una idea fantástica. Podrían emprender los dos y ser sus propios dueños y jefes. Podrían quedarse en el pueblo, saliendo sólo por asuntos laborales, pero siempre volviendo a su hogar. Con el tiempo se comprarían su casa, tendrían aquí a sus hijos. Aire limpio, espacios abiertos, un trabajo desafiante. Y a pesar de todo ello, le daba miedo a renunciar a aquella entrevista. ¿Y si fracasan con su empresa y se ven en la ruina? ¿Y si se lamenta en el futuro de haberle dejado escapar a esta oportunidad? Ambas opciones ofrecían sus ventajas y riesgos, pero sólo en una se quedaría con la chica que amaba.

No había una salida fácil de aquel laberinto y el chico estuvo todo el día dándole vueltas. Al caer la noche, no se sentía mejor que por la tarde y se fue a dormir sintiéndose desdichado. Cuando por fin pudo dormirse soñó con la ciudad. Paseaba por sus calles. Estaba yendo al trabajo. Llegaba a un gran edificio moderno con ascensores de cristal. Saludaba a varias personas que le sonreían. No pasaba nada extraño en su sueño, pero sentía mucha ansiedad en su interior. Cuando acabó su jornada laboral y volvió a su casa vio que era un edificio abandonado. Todo estaba tirado por los suelos. Las paredes con agujeros por los que se veía más oscuridad aún. Los pocos muebles que había estaban rotos. Una rata pasó corriendo delante de los pies de Israel. Entonces entendió que la angustia que había sentido todo el día era por volver a su “casa”. Se quedó mirando aquel desastre y se echó a llorar.
Cuando se despertó entendió lo que su subconsciente le estaba diciendo. Si conseguía el trabajo estaría en la ciudad, trabajaría en una gran empresa, pero por dentro estaría destruido como la casa en la que vivía en su sueño. O mejor dicho, pesadilla. Se sentó en la cama a oscuras y cogió su portátil. Abrió el correo y redactó una carta en la que se disculpaba por no presentarse a la entrevista programada en dos días. Al enviarla sintió un alivio tremendo. ¿De qué le servía trabajar para una gran empresa si su casa era una ruina? Se quedará en el pueblo. Creará la empresa de distribución de miel ecológica con Ana y juntos podrán construir su vida rodeados de esta belleza de naturaleza, que es su hogar.
Israel abrió la aplicación de mensajería y le escribió a Ana:
“Dormida?”
“No”
“No voy a ir a la entrevista. Mi sitio está aquí. Te amo.”
Dos segundos después, la pantalla rota de Israel se iluminó con una foto de Ana. Le estaba llamando.
–Yo también te amo.– contestó Ana entre sollozos.
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