Es muy típico de todos nosotros esperar un año nuevo para comenzar nuevos proyectos, decidir nuevos horizontes o reactivar propósitos abandonados allá por los comienzos del año anterior. Si nos tomáramos cada día como la oportunidad de comenzar de nuevo o ir un poco más allá de nuestras limitaciones (autoimpuestas la mayoría de las veces), no tendríamos que esperar un año para alcanzar nuestros sueños.
Es muy positivo apuntar los propósitos del año nuevo. A mí, personalmente, me sirven para ir releyéndolos a lo largo del año y ver dónde me falta ímpetu para insistir más en un proyecto o en otro. Esto no me impide ir dejando, al mismo tiempo, de cumplir sueños por cansancio diario, desánimo, falta de perspectiva y un largo etc. Entonces, si cada día es «bueno» para abandonar metas, deberíamos de tomarnos cada día como una oportunidad para retomar nuestros sueños perdidos en los laberintos de la rutina diaria. Para volver a comenzar los proyectos que no pudimos completar, por no disponer de lo necesario (sea interno o externo a nosotros). Para analizar el rumbo en el que movemos nuestra vida. Ya sabéis lo que se dice: «un viaje de miles de kilómetros comienza con un paso».
En la cena del 31 de diciembre, mi media naranja y yo, nos pusimos a recordar los años y momentos vividos juntos (menos mal que mi móvil guarda registros de todas las fotos, selfies y mensajes que intercambiamos). Ha sido una experiencia divertida, agradable e incluso algo educativa, ver cómo hemos ido cambiando con los años y las experiencias que nos ha presentado la vida. Todos los viajes que hemos hecho, todos los eventos a los que hemos asistido y cómo pasamos de ser amigos a pareja, de pareja a matrimonio y lo que nos espera.
¿Qué es el año sino 365 días vividos? ¿Qué es el día, sino 24 horas para lograr nuestros sueños? Os animo a escribir vuestros propósitos para el 2018, pero tenerlos muy presentes cada día que pasa, ¡para que nada nos impida caminar hacia nuestro horizonte elegido!